Para quienes se arrepienten o se cansan de sus tatuajes, existe la posibilidad de removerlos. A lo largo de los años se han utilizado diversas sustancias y técnicas para eliminarlos, pero ninguna ha resultado lo suficientemente eficaz, ya que todos los métodos producen más o menos cicatriz al ser utilizados.
Los procedimientos más antiguos se caracterizaban por la aplicación de cáusticos fuertes (ácido salicílico, fenol, ácido sulfúrico, etc.). Mientras que los más nuevos incluyen: aplicación de cáusticos y cirugía, salabrasión, criocirugía, dermoabrasión, electrocoagulación, láser, radiofrecuencia.
Antes de la aparición del láser, existían métodos quirúrgicos bastante agresivos que consistían en extirpar la zona tatuada y añadir luego un injerto. Los resultados no eran del todo satisfactorios. En cambio, el láser permite penetrar en la piel y destruir las partículas de color; de esta forma, la tinta se fragmenta y se va disolviendo. Para eliminar los tatuajes con esta técnica, son necesarias entre cuatro y seis sesiones (a veces más) con cuatro semanas de intervalo. El procedimiento, por lo general, requiere anestesia local.
Los resultados obtenidos dependerán del color, extensión, localización y pigmentos del tatuaje. En algunos casos la eliminación es casi total, en otros se pueden fijar restos de color y en zonas como el escote o la espalda pueden aparecer cicatrices importantes. Los colores más difíciles de eliminar son los rojos y verdes, y los más sencillos los negros y azules.
El método más eficaz para borrarlos son las intervenciones con láser, cuyo precio oscila entre los 720 y los 6.000 euros. Existen también otros procedimientos convencionales de cirugía plástica como extirpaciones, estiramientos, cortes o injertos de piel que, aunque resultan más asequibles, dejan visibles señales.